
“Por favor, no te vayas sin mí”: viajar con el corazón en casa
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Irme de vacaciones con miedo —y no precisamente al avión o a algo del viaje— es irme pidiendo que no sea la última vez que te vea.
Si no tienes mascotas, probablemente no lo entiendas. Y no te juzgo. Yo tampoco lo habría entendido antes.
Para quienes aún no lo conocen, mi perro se llama Mac. Tiene 15 años y 5 meses. Aunque se encuentra estable, su deterioro es notable. Ya no ladra. No me persigue. No me escucha. Duerme la mayor parte del día y se cansa con mucha facilidad. Pero cada vez que salimos a pasear, corre como si la juventud le hiciera una visita inesperada. En esos momentos, pareciera que el tiempo se detiene, solo para regalarnos unos segundos más de alegría.
He dejado de salir en despedidas de año por no querer dejarlo solo. Y cada vez que pienso en viajar, lo hago con el miedo de no estar si algo le pasa. Ese miedo silencioso que cargamos quienes amamos profundamente a una mascota, y que solo se entiende cuando has amado así.
Aun así, nuestra vida no puede detenerse. Cada minuto cuenta y sabía que lo dejaba en buenas manos.
Antes de irme, me agaché frente a él, lo abracé y le dije:
“Por favor, no te vayas sin mí”.
Y para mi sorpresa… no lloré.
No lloré porque el amor que siento por él ya no cabe solo en la tristeza, ni en el miedo, ni siquiera en la nostalgia de lo que fue. Se ha transformado en algo más grande: en gratitud. En presencia. En estos pequeños instantes que nos siguen regalando juntos.
Qué afortunada soy de tener a Mac en mi vida.
Y qué difícil es amar tanto.
¿Te ha pasado?